Tres

Dicen que cuando el amor de una persona llega a la persona amada, un tercero totalmente ajeno sonríe sin entender porqué.

En la playa de Rodas, en las Islas Cíes, Uxío mira al cielo, perdido entre las estrellas. Ya no busca respuestas ni amores. No le importan los condicionales y los hubieras. Solo busca un guiño en el cielo, una pequeña chispa de felicidad. La luna se oculta detrás de una pequeña nube, pero por lo demás la noche es como un gran océano de luces, y el sonido de las olas del mar parece resonar en el firmamento.

A unos seiscientos kilómetros, en la calle de Torres Miranda, en Madrid, la mirada de Bruno se pierde más allá de la ventana, entre las hojas de los árboles que adornan la calle y la luz de una farola que intenta llamar la atención a través de las ramas. Hace un tiempo que por su cabeza no pasa absolutamente nada. Los minutos pasan, formando horas; cada vez se escuchan menos coches. La luna hace un esfuerzo por aparecer, por llamar la atención entre el humo, y ni esta ni el insoportable bochorno desvían la ‘’ausencia’’ del joven. Incluso podrían acentuarla, si eso es posible.

Quinientos kilómetros más al sur, en una casa a las afueras de Sevilla, en La Galvana, Esperanza se frota sus ojos una vez más, completamente irritados por las lágrimas. Armada de valor, se levanta de la cama, y se sienta en el escritorio, frente a su ventana, que refleja la luz intensa de la luna, totalmente nítida aquí. Igual de ajena.

De forma vaga, abre su diario y coge un bolígrafo negro.

Quizás me ha vencido el miedo. O quizás se ha rendido el valor, quién sabe. Tantas veces preguntándome futuros, soñando con presentes. Pasos ciegos que alimentaron cada una de estas lágrimas. Lágrimas que quisiera cesar, que se me muestran melodramáticas y que no desembocan en ningún mar. Destinadas a secarse, a evaporarse. Unas lágrimas que jamás sentirás, que nunca te dirán nada. Y pensar en que no puedes saber lo que siento, probar el salitre que queda de rastro en mi cara, me hace sentir egoísta y aun más cobarde.

Y que voy a hacer, si lo que haga será ajeno a ti. Si me paso el día preguntándome que esta en tu mente, cuando tu ni te debes preguntar que podría haber seguido a aquel beso, tan lejano ahora, no solo en tiempo.

Si el amor es tan fuerte, por qué se pierde en el tiempo, y se muere en la distancia… Por qué exige hechos, y necesita palabras. Eso me hace pensar, en que gran farsa es el amor, pues lo que yo siento por ti es más fuerte que eso, y aun así, me niego a creer mis palabras… Si pudieras sentir, solo un momento…

En ese mismo instante, las lágrimas lo invaden todo, y Esperanza se ve obligada a cerrar el cuaderno, sabiendo perdida la batalla hasta la próxima tregua, volviendo hasta la trinchera de miedos que es su cama.

En Rodas, la pequeña nube que cubría la luna se aparta, tan poco a poco, que Uxío, sumido en el silencio, siente como la luz de la luna lo va cubriendo poco a poco, como un manto argénteo.

En Madrid, Bruno abre la ventana para fumar, con un gesto que recordaría a un autómata. Comienza a soplar una leve brisa, y la atmósfera se vuelve más límpida. Son las bocanadas de humo las que ahora ocultan ligeramente la luna. Tras la última calada, sale de su ensimismamiento, y sigue con la mirada la estela de nicotina, que se torna entre blanquecina y plateada cuanto más se eleva.

En La Galvana, Esperanza apoya la cabeza contra la almohada, y nota sus pulsaciones en las sienes. Eso la incomoda, y se da la vuelta, hacia la ventana.

Segundos después, Uxío, Bruno y Esperanza cruzan su mirada con la luna.

Esperanza se levanta y se acerca a la ventana, ganando la guerra y expulsando al mundo sus temores, en forma de suspiro.
El humo del tabaco se disipa totalmente, y Bruno llora.
Uxío, completamente tapado por su nuevo manto, sonríe, aunque tarda un instante en darse cuenta.